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Con el poemario, en la biblioteca
de la Diputación de Segovia.
(Foto Alberto Orejas) |
En las entradas iniciales he publicado el
texto previo que me sirvió como cimiento para preparar el libro. Después de
esas reflexiones y algunas más que me ocuparon paseos y hasta sueños, y que fui
entreverando con recopilaciones de artículos donde se vertían reseñas críticas
de la exposición de Mariano, así como la contemplación de las imágenes de los
cuadros, fue llegando la inspiración.
No había orden ni concierto
en la escritura de los poemas. Era el cuadro quien llamaba a la puerta, pedía
paso y empezaba a contarme sus cosas. Poco a poco, pero sin lugar a la pausa,
fueron naciendo las primeras versiones. Pero eran eso, primeras versiones.
En alguna ocasión Mariano
ha comentado que pinta directamente sobre la tabla. A medida que trabaja, que
el cuadro emerge, corrige, retoca, avanza en una dirección u otra. Algo así iba
sucediendo con los poemas.
Algunos apenas han sufrido
variaciones desde la primera redacción, acaso los menos. Otros, sin embargo
—aunque no tantos—, se parecen en poco o casi nada. Evolucionaron hasta su
forma definitiva poco a poco.
Existe una primera versión
de este libro que casi nadie conoce y que
yo mismo tengo prácticamente olvidada con una ordenación similar de los
poemas (mas no idéntica). Digamos que ahí me detuve unos meses.
Otras «obligaciones» literarias se
cruzaron –por suerte- en esta tarea. La redacción de una novela no muy larga y
la edición de Oscurece en Edimburgo
que implicaba presentaciones, artículos, etcétera.
La escritura del libro (al menos en su primera redacción) es anterior a Quizá un martes de otoño, mi anterior
poemario publicado. Pero este pequeño misterio quedará aclarado un poco más
abajo.
Este
tiempo en que el libro descansó fue bueno, muy bueno.
A
veces, algunos humanos, entre los que me encuentro, sentimos una impaciencia
desmedida por dar a conocer la obra, por compartir el resultado. Pero en esta
ocasión, otras ocupaciones consiguieron frenar semejante ansia, lo que provocó
en mí un alejamiento de los poemas que me hicieron volver a ellos, meses más
tarde, ya con el verano de 2011 en lo más alto. La mirada era más crítica, más fría,
no tan pegada a la sensación que provoca la inmediatez de la creación. Eso
supuso, que la segunda versión de este poemario, en algunos casos fuera una
reescritura del poema.
Y
aquí aparece en escena nuestra común amiga Isolda.
Ella,
entre otras muchas cosas, además de soportarme como amigo, es amante desde la
infancia de la poesía y una exquisita y amplísima lectora. Así que me encomendé
a ella para que opinara, para que propusiera correcciones. En muchas ocasiones
los ojos ajenos descubren mejor que los propios errores que deberían saltar a
la vista, pero que no terminamos de ver: una palabra que se repite más de la
cuenta, un verso que sobra, un verso cuyo ritmo, de pronto, se tropieza y hace
que el poema se trastabille hasta caerse.
Finalizada
esta tarea, una noche, lo recuerdo perfectamente, decidí cometer un acto de
locura y envié el poemario a Javier Sánchez Menéndez. No sé, quizá fuera
septiembre de 2011.
Aquel
acto fue previo a que la enfermedad de mi madre, la que me empujó como terapia
a escribir unos meses después Quizá un
martes de otoño. Si no hubiera enviado el poemario aquella noche al poeta y
editor gaditano, quizá nunca lo habría hecho.
Conocí
–si es que se puede decir así- a JSM a través de Twitter. Allí descubrí primero
al poeta, siguiendo su blog Al filo de laespada, y después –casi de inmediato- su tarea como editor.
Desde
que supe de su editorial y tuve acceso a buena parte de su catálogo –en parte
por su desbordante generosidad-, para mí fue un sueño poder formar parte de tal
nómina al menos con un poemario.
Desde
el primer momento Javier fue muy sincero. En realidad creo que siempre lo es.
Me dijo que tardaría unos meses en darme respuesta, pero que lo haría con total
y absoluta claridad. En varias ocasiones había hecho gala de ello, así que no
tenía razones para dudar, y no dudé.
Pero
llegó la galerna a la familia, en forma de enfermedad. No voy a repetir nada de
ello, ni siquiera lo voy a comentar, simplemente lo señalo. Son tantas familias
las que se ven abocadas a semejante situación por una dolencia u otra que no es
necesario abundar más en el asunto.
Aquellos
meses, desde septiembre hasta abril o mayo de 2012 fueron como vivir en otra
realidad. Tanto que, como he apuntado más arriba, nació otro poemario que envié
a otra editorial –en este caso UnariaEdiciones— que unos meses después, en enero de 2013, tuvo a bien
publicarlo.
Es
decir, Los andamios de los pájaros obligatoriamente
entraron en otra fase de silencio. Hubiera sido absurdo una edición casi
coetánea de ambos poemarios.
Y
de nuevo el silencio y la espera fueron buenos, muy buenos, porque los versos
podrían decantarse un poco más, en caso de que La
Isla de Siltolá hubiera decidido su publicación…
Al
menos no tuve comunicación en tal sentido, hasta mayo de 2013. Para entonces
estaba decidido a darle una nueva vuelta al poemario.
Asumí
que el silencio de Javier se debía a que el poemario no cuadraba en su
catálogo. Como me había prometido su contestación, le pregunté, y de su
respuesta, deduje su extrañeza. Es como si desde el principio, el editor
pensara que me había dicho que lo publicaría. No lo sé con exactitud, pero así
parecía desprenderse de sus palabras, que daba a entender que ya me había
anticipado su placet. Quizá algo se me había escapado.
Es
decir desde mayo o junio del año pasado sé que este libro llevaría el sello de Siltolá para ir volando por el mundo en
su primera edición. Y se habló de fechas desde el inicio. Ambos convinimos en
que era bueno para mí separar un poco la edición de Quizá un martes de otoño de
la aparición de Los andamios de los
pájaros. Por entonces andaba madurando la salida de una nueva colección de
poesía, Tierra, y me preguntó si me apetecería formar parte de la misma. ¿Cómo
no iba a apetecerme?
Ahora
que conozco a cada compañero de viaje, hasta siento un poco de vergüenza de
estar codo a codo con ellos. Si no la conocéis, espero que supláis tal carencia
de inmediato.
El
caso que el verano pasado, tuve la nueva opción de revisar e intentar depurar
un poco más los versos. Y de nuevo, la infatigable Isolda estuvo al quite.
Una
vez que concluimos esa tarea, decidí que otra persona le echara un último
vistazo. María Luisa Arnaiz (profesora de literatura y amante también de la
poesía) se prestó gustosa a la propuesta.
Y
el libro, al fin, quedó tal y como ya está en las librerías y en los hogares de
algunos buenos amigos.
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"Los andamios de los pájaros" en la Librería Antares de Segovia
(foto de mi móvil)
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