domingo, 30 de marzo de 2014

Alena Collar escribe una reseña

No es ningún secreto, y por tanto no lo voy a ocultar, que la escritora y crítica Alena Collar es amiga mía, sería una estupidez. Pero conviene decir que a la hora de escribir sus reseñas en su bitácora o en la revista digital Alenarte, distingue el libro del autor.
En este caso, para mi alegría, su reseña -además de ser clara y concisa, como suele- es favorable al libro.

Entre otras cosas dice:
El poemario es un viaje, efectivamente, a través de una forma muy elaborada, tanto en verso como en prosa. Y aquí debo señalar que Amando Carabias sí sabe la diferencia entre ambos géneros. Su verso pertenece a la tradición clásica, domina el endecasílabo, el heptasílabo, la melodía y el ritmo interno. Son versos que se deslizan de modo natural y que llevan al lector a una lectura sencilla. A pesar de una tendencia al culturalismo lingüístico que es posible que choque a un lector de hoy. Añado que bien venido sea, por otra parte ese rescate del idioma.


Aquí dejo el enlace para que podáis leer la reseña completa, con efusivo agradecimiento a la autora

jueves, 27 de marzo de 2014

Gracias a los amigos de La Esfera Cultural

Los amigos de mi segunda casa en la blogosfera, o sea La Esfera Cultural, ya se hacen eco del poemario.
Lo ilustran con esta maravillosa imagen:

Un ejemplar del poemario con una vieja máquina.
Hermosa imagen

Para leer el texto, os invito a que pulséis AQUÍ
Gracias a La Esfera Cultural y en especial a su editor y grandísimo amigo Francisco Concepción.

miércoles, 19 de marzo de 2014

Bitácora de un sueño (y XII)

Sábado, 6 de noviembre de 2010

—XII—

A las diez de la mañana me pongo de nuevo a estas letras. Y es que resulta que esta madrugada, mientras yo ya dormía, Marcos ha decidido publicar el último capítulo de la novela de 7 plumas. Cuando me he levantado y lo he visto, no me quedaba más remedio que copiarlo, digerirlo, comentarlo.
Hemos llegado al final de toda una novela. De una gesta diría yo, porque hasta el final y a pesar de lo que habíamos dicho en Zaragoza, hemos mantenido el pacto en el que quedamos el primer día, y nadie ha dicho a nadie por dónde iría su capítulo, salvo Marcos, precisamente, que nos transmitió el párrafo final, pero que era la concreción personal y magnífica que él había escrito sobre esa conclusión, más o menos pactada en Zaragoza.
Y ahora me siento emocionado con haber cubierto esta gesta, porque han sido siete cabezas puestas al servicio de una idea, aportando cada una lo que buenamente estimaba conveniente, y se ha demostrado que no todos los escritores somos unos egos insufribles. Quizá para ello haya que poner algo de distancia en el proyecto, y tener las ideas muy claras de que no es a ti a quien corresponde su buena llegada a puerto.
Sé que ahora me toca la parte más difícil y larga, porque intuyo que me ha de corresponder unificar todo el texto, corregir sus defectos que, sin duda, tiene. No haré nada por apuntarme a semejante tarea, pero creo que me va a caer, si no es que me ha caído ya.
Y ahora la pretensión es intentar que ese trabajo también me sirva como nutriente a este libro.
Parece una locura lo que acabo de escribir, pero así me lo tengo que tomar. Así me tengo que tomar todo lo que haga a partir de ahora.
Siento que este libro de poemas ha de ser la criatura que llevo en mis entrañas, y todo en mi vida durante los próximos meses tiene que ir encaminado a que vea la luz como una criatura sana y gozosa. Y lo peor para los embarazos es el estrés de la madre, porque ese nerviosismo acaba por afectar a la criatura.
Siguiendo con la analogía, me siento preñado por los retratos de Mariano. Todavía no se nota, pero se me acabará notando. Como no es mi primera criatura, espero actuar, no como las primerizas, pero sí con ese amor que sólo las madres saben otorgar a todos sus hijos, ocupen estos el lugar que ocupen entre la prole.
Ahora y durante el tiempo que dure, mi único objetivo es que todo llegue a buen puerto, que esta vida que crece despacito en mi interior llegue a colmo del mejor modo posible.

Y quizá ya sea hora de dejar toda esta palabrería previa y ponerse manos a la obra.

martes, 18 de marzo de 2014

Bitácora de un sueño (XI)

Lunes, 1 de noviembre de 2010 (continuación)

—XI—

Tengo ante mí, y en la retina de mi memoria, además de las imágenes grabadas en este equipo, el pequeño catálogo de su exposición. Y acabo de leerlo. Es alucinante, desde que lo traje a casa el día de la inauguración, no me había molestado en leerlo, sólo había hojeado sus imágenes.
Creo que es capital para escribir el poemario que lo reproduzca, y así tenerlo a mano cuando esté trabajando. Todo cuanto he escrito hasta ahora me ha nacido sin la influencia (al menos directas) de sus palabras… Habrá que seguir creyendo en la sintonía que nos une, como buenos hermanos que somos, y habrá que seguir creyendo que la inspiración, entre otras cosas tiene un componente de pensamiento inmaterial, de ondas especiales que algunos hombres tenemos la dicha de capturar de un modo que aún es desconocido. Así escribe mi hermano:
Seis años han pasado desde la última vez que mostré mi pintura públicamente en Segovia.

Yo mismo, al mirar atrás y observar mi trayectoria, me sorprendo de los cambios que aparentemente saltan a la vista. Seis años de evolución lenta y continua, de exploración sin autolimitaciones, sin sentirme influenciado en exceso por terceras personas, de gran libertad en definitiva, para que la obra fluyera con naturalidad y para que a su debido tiempo, que es éste, se hiciera un alto en el camino y se observara lo ocurrido.
En estas líneas contaré mis impresiones y os hablaré algo de mis motivaciones, en un lenguaje que espero no sea críptico, tedioso o de especialista en el ámbito de la teoría del arte. Me interesa ser entendido y no convertir la interpretación del lenguaje artístico en una disciplina autocontemplativa.
Varias líneas de fuerza cimientan la progresión o cambio aparecido: una mayor preocupación y dedicación a la contemplación del entorno y una presencia importante del ser humano como protagonista de la pintura. Siempre han existido esas dos vertientes en mi obra, pero más camufladas, ocultas por otras realidades más evidentes.
Cuando digo que me ha interesado más el entorno, he procurado salir de un cierto ensimismamiento en el que es fácil caer cuando uno pinta. Uno mismo se vuelca en su interior y repite sin cesar fórmulas que pierden un poco de sentido en la misma repetición. Una mirada a otras realidades puede enriquecer y hacer que progrese la tuya propia. Esas otras realidades pueden estar en un texto, en la historia, en la arqueología…
El otro pilar que fundamenta la nueva obra es el hombre. Hablando en puridad tampoco es nuevo, pues aparece de forma constante en muchas etapas previas. Lo que sí es nuevo es el enfoque: aparece el individuo, la personalidad única que requiere un tratamiento único.
Tampoco son retratos per se en los que se intente reflejar la fisonomía del que se pone delante de mí. A través de él y transformándose de manera que ni yo mismo a veces entiendo, va apareciendo un ser nuevo, atemporal, que posee algo del individuo que ha sido punto de partida. Se establece una danza extraña entre el individuo único de aquí y de ahora y el arquetipo fuera del tiempo que posiblemente todos llevamos dentro.
Entre este pilar de lo humano y el otro, que era el de estar abierto a lo que nos rodea, ha aparecido una tercera realidad que me interesa sobremanera: de forma curiosa me intriga la presencia de Dios entre nosotros.
He leído textos bíblicos y tengo interés en reflejar pictóricamente lo que transmiten. Creo que es un pozo inagotable y yo, si vale la expresión, os he de decir que me divierto extraordinariamente desentrañando los textos, reinterpretándolos y aportando mi visión personal sobre el tema.
Cuando esto ocurre ya no hay problema de estilo, deudas con el pasado, coherencias personales que seguir a rajatabla, simplemente se hace lo que se tiene que hacer. Si el cuadro necesita una mancha abstracta, se pone; y si hay que construir volumétricamente un elemento de la realidad, éste se coloca. El sentido y la coherencia van viniendo a ti como por arte de magia. Y la dualidad abstracción—figuración empieza a carecer de sentido como algo irreconciliable.

Este el camino en que me encuentro. He querido hablaros de él yo mismo pues, al hacerlo, también me comprendo un poco mejor.
Mariano Carabias. Segovia. Julio 2010.[1]
Es sorprendente, repito.
Decía que tengo entre las manos reproducciones de sus cuadros y me llama la atención que, en la mayoría, la sonrisa (salvo el mío y alguno más de la primera época de sus retratos) es un elemento clave que, sin embargo, casi nunca se descubre al primer vistazo. Es como el aire que respiramos, que parece no existir, aunque sin él seríamos cadáveres y todo sería inútil. O como la luz en la que no caemos en la cuenta, salvo durante la noche cuando la pesadilla nos atosiga. Así la sonrisa en estos retratos siempre se descubre, aunque necesita de una atención especial por nuestra parte.
Supongo que como con cualquier obra de arte, no vale una mirada superficial. No me refiero a una mirada veloz o lenta (aunque habitualmente una mirada rápida sea superficial), sino a una mirada honda o ligera. No es la sonrisa de estos retratos una risa franca de labios curvos o anuncio de dentífrico. Se trata de la sonrisa renacentista, incluso gótica que empezaron a modelar los grandes artistas de las épocas citadas. Se trata de una sonrisa que se aprecia mejor en la mirada que en los labios, como el discurrir lento y continuo de la corriente de agua en los pequeños regatos se deslizan vigilados o arropados por hileras de chopos u otros árboles.
En muchos casos descubro una sonrisa cargada de ironía, como de seres que saben que todo es perfectamente relativo y conviene marcar cierta distancia con las cosas, incluso con los acontecimientos más duros o dramáticos, sin por ello tomarlos a la ligera.
Se podría decir que la sonrisa en la pintura de Mariano es la luz de la mirada, la que otorga vida a esos rostros, relajados en la mayoría de los casos.
Ésta es otra característica casi común a todos los retratos que descubro en su contemplación. Sus rostros, más que a personas serias o preocupadas, muestran a personas relajadas, tranquilas, en apariencia perfectamente conformes con su situación personal y vital. Una relajación que también demuestra y transmite serenidad, acaso equilibrio.
Cuando Mariano se decidió a retratar personas, ya había empezado a pintar rostros. Él mismo en su prólogo hace referencia a ello. Pero no es lo mismo, evidentemente. Nunca es igual un rostro real, de carne y hueso que uno imaginado…, como bien sé por experiencia.
Recuerdo ahora cómo una característica inventada para Iago, uno de los personajes de Aquel sábado lluvioso, me condujo a una persona de carne y hueso. Dije de él muy al principio de la novela que hablaba con una voz como de lija. De inmediato ante mí apareció ese rostro conocido y real que se corresponde con alguien que habla con ese tipo de voz poco agradable que rasca los oídos, preludio de una tos que nunca llega a producirse. Al poner cara a ese discípulo fue todo mucho más sencillo y sin duda es uno de los apóstoles más creíbles del cuadro de los doce, incluido Judas.
Los rostros reales tienen una vida que a los inventados es difícil de dotar. Los grandes pintores de la historia (me refiero a los realistas), por mucho que el asunto de su cuadro fuera imaginario o histórico utilizaban modelos para los personajes, al menos para los principales. Y cuantos menos personajes ocupan el cuadro, más necesario es el modelo. En ocasiones, quizá, desfiguren el aspecto o camuflen algún detalle, pero ahí estará la persona real, palpitando sobre el lienzo, la madera, el papel, en fin, la superficie sobre la que descansará la obra, quizá logrando su rostro una posteridad imposible de otro modo.
Cada rostro es una suma casi irrepetible de múltiples detalles. Creo que será mejor que me cite en este punto, para no tardar mucho. Acabo de escribir en mi última novela, Identidad, lo siguiente a este respecto:
“(…) Probablemente, y a pesar de lo complicado de la cuestión, por una simple aplicación de una fórmula estadística relacionada con las variaciones, combinaciones y permutaciones que afectan a color de piel, distancia entre los ojos, tamaño y forma de estos, color y abundancia del cabello, dimensión nasal (longitudinal y trasversal), así como su distancia hasta las cejas y hasta el labio superior, anchura y forma de los labios, forma y tamaño del mentón, morfología del conjunto del rostro, etcétera, etcétera,(…)”
Sin embargo, la expresión me parece lo más difícil de todo. Yo diría que es un milagro, porque es algo así como cazar el alma al vuelo y dejarlo, para siempre, impreso. Y, obviamente, no conozco a todos los retratados, pero si tengo que juzgar por los que conozco, que son la mayoría, juraría que en todos nosotros ha capturado esa expresión más predominante, esa forma de mirar y de situar cada músculo de la cara que nos dota de personalidad propia, incluso el ángulo del cuello según el cual miramos al frente.
Por el contrario, si el dibujo de rostros y el retrato ha sido una novedad en el conjunto de su devenir artístico, como él mismo reconoce, el dominio del color ha estado siempre en él, como está el brillo en la esencia de ser sol. No es que dibuje mal, ni mucho menos, sino que el color es su hábitat natural como pintor.
Y esto que parece una perogrullada, pues todo el mundo supone que el pintor lo es entre otras cosas porque domina el color, no es algo que se pueda afirmar de un modo excesivamente tajante. En el caso de Mariano diría que es su principal virtud, ese modo que tiene de otorgar volumen, perspectiva, línea con la aplicación del color. El carboncillo o el lapicero son usados, pero más bien casi como una excusa, como quien establece unas mínimas referencias para no perderse.
Cuando Mª José visitó la exposición, su compañera F., también pintora, le preguntó a Mariano si se ponía a pintar de inmediato o hacía muchos bocetos. La respuesta me hizo sonreír, pues en esto nos parecemos también. Dijo que no hacía excesivos bocetos, que se ponía a pintar, y además directamente. Y dijo más, dijo algo que me interesó muchísimo, que no le importaba corregir sobre lo ya pintado y modificar todo lo que había hecho, pero dejando como sustrato el primer intento baldío o supuestamente fallido.
Algo así como mi escritura.
Eso que más arriba hablaba de la brújula y el mapa, eso que otros dicen de esquemas antes de ponerse a escribir.
No, yo no puedo, tengo que escribir, aunque luego corrija y corrija sobre lo inicialmente escrito. No tengo paciencia, simplemente es eso.
De hecho esto que estoy haciendo ahora es la puesta por escrito de unos pensamientos que ya me están empujando a concretar las palabras de los futuros poemas. Y si no he dado el paso ya es porque me sujeto, porque sé que todo lo que ahora escriba, todo lo que he escrito hasta ahora, puede atesorar algún poema que de otro modo no se me habría ocurrido. El texto, como el cuadro, siempre es cuadro aunque al final sólo haya un documento, o sólo haya un lienzo. Será imposible para quien lea, dónde están las palabras que primero nacieron, y en que renglón se ubican las últimas, las definitivas, las que sustituyeron a las primeras escritas. Sin embargo, con un equipo de rayos X se podrían visualizar las capas o sustratos sobre los que descansa la obra que vemos…
Y de algún modo esto es un maravilloso descubrimiento, porque al igual que nuestra cara es el resultado del transcurso del tiempo, y dentro de la nuestra efigie de hoy, anida aún el rostro del niño que fuimos (en determinadas ocasiones yo mismo me he reconocido en gestos que vienen desde mi infancia), así, en el retrato que el espectador contempla, también algo se refleja o algo queda del primer rostro pintado, que, sin embargo, por razones desconocidas no aflora, aunque subyazga.
Pero hablaba del color y me he vuelto desviar… Y más que el color, Mariano ha convertido su mirada en ‘cazaluces’. De siempre, como digo, el color ha sido el hábitat en el que más cómodamente se movía, pero de un tiempo a esta parte (¿Estos seis años a los que se refiere, quizá algo más?) ha alcanzado la grandeza de retratar la luz. Y eso me parece especialmente logrado en algunos de estos retratos como Resucitado, Corona Gramínea, Senador o Que van a dar a la mar. 
Es la luz la que determina no sólo las sombras, lo que es una obviedad, sino los colores, los volúmenes, las perspectivas, las sutiles diferencias en las texturas. Y también uno percibe el aprendizaje y estudio detallado y esforzado de los Impresionistas en retratos como Nereida o Rey David que adquieren toda su potencia en cierta distancia, esa que provoca al ojo la ilusión de estar ante algo compacto, casi sólido…
Una cosa está escrita en el prólogo sobre la que me gustaría también reflexionar, y que ya había citado Rodrigo en su espléndida crítica de El Adelantado de Segovia: la presencia de lo abstracto en estas pinturas.
Transcribo nuevamente sus palabras al respecto: “(…) Si el cuadro necesita una mancha abstracta, se pone; y si hay que construir volumétricamente un elemento de la realidad, éste se coloca. El sentido y la coherencia van viniendo a ti como por arte de magia. Y la dualidad abstracción—figuración empieza a carecer de sentido como algo irreconciliable”. Es decir, y según mi interpretación: no tiene sentido hablar de clásico o moderno, antiguo o contemporáneo. Se usa lo que sea menester en cada situación, según convenga… De momento lo que le interesa como parte de realismo es el rostro, el resto (fondo, vestuario, etcétera) son mero color abstracto, con una ligera forma que ayuda a explicarnos que estamos ante una túnica, una estola, una armadura, una coraza o un laúd… Es decir el 'realismo' se usa para adentrarse en lo que menos ha cambiado del ser humano; lo 'abstracto' para aquello que es mudable.  Quizá como tengo escrito en Pavesas y cenizas él mismo se pueda aplicar este texto con el que Gerardo Digo se define: “Yo no soy responsable de que me atraigan simultáneamente el campo y la ciudad, la tradición y el futuro; de que me encante el arte nuevo y me extasíe el antiguo; de que me vuelva loco la retórica hecha y me torne más loco el capricho de volver a hacérmela -nueva- para mi uso particular e intransferible (...)[2]
Y esto puede darme una pista de por dónde pueden ir los poemas del libro. Tengo que ser libérrimo, no centrarme en una sola forma. Donde tenga que escribir en versos más clásicos no me tiene que temblar el pulso, pero tampoco debo dudar si la composición me pide un tipo de poesía más moderna y audaz…

Y llegados a este punto, se me ocurre que no he hecho la pregunta más trascendental de todas las preguntas. ¿Por qué este libro?
Tiene que haber algo que haya hecho posible que brotara esa idea como una semillita en mi interior. Y la respuesta no es complicada a poco que se piense. De hecho está dada ya en alguna medida en todas estas páginas. Se trata de seres humanos, se trata de hablar del ser humano, y no hay nada más querido para mí que esto. El ser humano apareciendo en los poros de cada verso. Ese es el reto, ese es el horizonte: partir de rostros humanos para indagar en el rostro del hombre.
Esta es la clave, la piedra angular sobre la que debe pivotar el libro. Quizá sea demasiado ambicioso, pero sólo quien tiene estas ambiciones puede encontrar alguna consolación en el trabajo.
Ahí tengo la tarea, me parece, ahí debo de exprimirme, ahí debo localizar el sendero por el que transcurra el libro, este libro.




[1] Introducción del catálogo correspondiente a la exposición de Mariano Carabias titulada Tocar el humo, que se desarrolló en la sede del Colegio Oficial de Arquitectos de Segovia durante el mes de septiembre y primeros días de octubre de 2010.
[2] Gerardo Diego (Recogido por Luis García Montero en el prólogo a la selección de poemas de este autor editada por El País en su colección de POESÍA)

lunes, 17 de marzo de 2014

Bitácora de un sueño (IX y X)

Lunes, 1 de noviembre de 2010

—IX—

Amanece el día vestido de llanto… Un llanto de lluvia fina, de orvallo invisible, un llanto de grisalla casi penitencial vestida por el cielo, un llanto de hojas de árboles que miran hacia el suelo, sabedoras de su próxima caída…
Amanece es un decir. Son casi las diez de la mañana, y hace poco más de una hora que me he levantado. He dormido como un niño, casi nueve horas… desde luego más de ocho. Sigo solo en casa y dispongo de toda la mañana de silencio para avanzar.

—X—

Los retratos de Mariano son un camino que pretende explorar las esencias de la vida humana. Lo que realmente importa, lo que nos conforma como individuos sociales, como personas, no como seres aislados que existen a expensas de los demás. Su mirada se adentra y explora los mundos de la Antigüedad Clásica, esos tiempos fundacionales de una civilización que ha ido cambiando mucho en apariencia, pero quizá esos cambios sean menores de lo que parece a simple vista. Esa historia que en esta vieja Europa tiene dos patas fundamentales sobre las que sostenerse: la tradición nacida en Grecia y expandida por Roma y la posterior imbricación en ella del Cristianismo y con él buena parte de la tradición Judía.
Hemos avanzado en lo político y social. Hemos evolucionado en ciencia y técnica. Hemos cambiado de moda y de gustos. El arte tampoco tiene que ver con el de entonces, aunque quizá hubiera que matizar mucho. Y poco más.
Contemplar la tarea de los pinceles sobre la tabla, empuja inexorablemente, a pensar en la historia del ser humano, en ese río que viene de tan lejos, que nos ha traído hasta aquí y que, en el fondo, tan poco ha cambiado. Nuestros rostros de hoy son los mismos rostros de quienes nunca pudieron soñar que algún hombre pudiera viajar hasta la luna y regresar.
Decía Sartre, en una afirmación orlada de desesperación, que el ser humano es un ser arrojado a la existencia. El uso del participio 'arrojado' no es casual, ni mucho menos. Detrás palpita todo el pesimismo de un hombre que representa una corriente del pensamiento filosófico moderno. (...) Este modo de pensar ha calado más hondo de lo que parece en el ser humano contemporáneo, que casi desprecia la existencia por lo que tiene de fugaz e inútil. Algo así como un castigo… ¿Para qué vivimos si hemos de morir?, parecería la pregunta clave de esta generación, de esta época, que, paradójicamente, se aferra a la existencia con más radicalidad que nunca. Pero se aferra a la existencia desde una premisa imposible, por tanto falsa. Esta generación, esta época tiene marcado en el subconsciente la idea engañosa de que la eternidad se puede conseguir dentro de este planeta. Es decir cree en la inmortalidad del propio cuerpo humano.
Sin embargo no es la primera generación que sueña lo mismo, quizá sea el sueño más largo de la especie. Casi desde los albores de esta civilización, el ser humano había asumido que, si existía, la inmortalidad nada tenía que ver con el cuerpo. Por tanto si existía la inmortalidad, era a otro nivel. Pronto se llegó a la conclusión de que no éramos sólo materia con fecha de caducidad, materia, por otra parte, quebradiza y frágil. Se intuyó que había algún componente más, acaso lo que nos diferenciaba del resto de seres que ocupan el mismo planeta. Quizá por ello, pronto, muy pronto, aquella civilización que sigue siendo la nuestra, intuyó la existencia de la divinidad.
Las deidades quizá hayan sido la respuesta incipiente (y también la respuesta del miedo) para explicar lo inexplicable. Algo que se ha modificado con el paso del tiempo, a medida que el ser humano ha descubierto los mecanismos ocultos que explicaban el funcionamiento no sólo de la naturaleza, sino de nuestra propia razón. Muchos de los cambios en el pensamiento humano han tenido que ver con empequeñecer la importancia de la divinidad en nuestra existencia. A medida que crecen las explicaciones lógicas del funcionamiento de los procesos naturales, decrece la presencia del dedo de Dios en nuestra existencia.
Pero no es algo nuevo en el pensamiento la dialéctica que enfrenta a quienes creen y quienes no creen.
Y allí se remonta Mariano con sus alusiones mitológicas y romanas. Desde el principio aquellos que establecieron el Panteón como lugar donde Zeus y el resto de dioses dictaban el destino de la humanidad, tuvieron que escuchar a quienes no aceptaban tal cosa como lógica. Sin embargo, si la mitología no confirma la existencia de los dioses, explica la historia de la humanidad en cuanto especie e individuo. 
Cuando llegaron a oídos de los próceres de aquella civilización las teorías semitas de un único Dios, una compuerta se abrió para nutrir las aguas del río de esta civilización. Religiones como la de Isis o la judía, y sobre todo la cristiana, supusieron un terremoto en el modo de pensar grecoromano. Aquello fue una novedad absoluta que dejaba en juego de niños (o asunto literario) el entramado de dioses y héroes. Sin embargo, con la especial capacidad mediterránea para la síntesis y el diálogo, las estructuras no se vinieron abajo.
No todo fue sencillo. Muchas cosas quedaron arrumbadas por el camino; muchos seres humanos y sus ideas fueron aniquilados por culpa de integrismos religiosos excluyentes y asesinos. Algo que se repite como un estigma incurable a lo largo de la historia y que parece ser la amenaza continua a la que se ve sometida el género humano.
Hay un instante en que la religión, en vez de ser soplo de brisa que encuentra sentido a la vida y a la muerte, se torna imposición militar: no formar parte de los fieles creyentes es sinónimo de anatema, penado con la muerte. El afán de poder explica tal reacción: quien se dice sacerdote o representante de una religión, aspira a ser regidor de la humanidad.
La respuesta, el cambio de rumbo está en los profetas (Isaías, Elías están retratados), en los místicos, quizá también en los poetas (Que van a dar a la mar se titula uno de los retratos con el que más me identifico). Entender a Dios (con cualquiera de sus nombres) como general de un ejército que se ha de defender de los hombres o de otros dioses, es ocultar el verdadero rostro de Dios. Es pensar que sigue siendo el colérico y libidinoso Zeus quien manda en la existencia. Quien usa a Dios para convertir a la humanidad en un ejército perfectamente uniformado y sin capacidad para pensar por su cuenta, se pone a sí mismo en el lugar de Dios.
Sin embargo y a pesar de las constantes e interminables guerras que se han justificado en la religión, esta civilización continúa adelante.
Quizá por esto sea tan interesante la propuesta que hace Mariano. Más allá de la mera cuestión estética de su obra pictórica que, por desgracia, se me escapa, sus retratos son aldabonazos vigorosos para que reflexionemos sobre lo que auténticamente cimienta nuestra civilización.

domingo, 16 de marzo de 2014

Bitácora de un sueño (V, VI, VII y VIII)

Domingo, 31 de octubre de 2010

—V—

Una semana. Ha pasado una semana. No, no me quejaré, porque si no he escrito nada sobre todo este proyecto, ha sido porque no he podido. No conviene que me empiece a lacerar el ánimo con excusas absurdas. Todo lo que he hecho, había que hacerlo, y eso es lo que al final cuenta: abrazar los propios límites como algo inherente a uno, sin más.
Repaso mis afirmaciones y descubro residuos de golpes contra mí mismo. ¿Se puede hablar de límites en sentido estricto? Quizá ni siquiera eso, porque en determinados momentos a lo que llamo límites, son exigencias propias de los seres humanos, ni más ni menos. ¿Podría ser más exigente conmigo mismo?
Indudablemente sí, podría convertirme en un fraile de las letras, pero a costa de cambiar mi vida, comenzando por este piso, mis hijas, M, el trabajo… En definitiva, y aunque ahora pueda sonar a lo contrario, tengo que sentirme razonablemente satisfecho de mi tarea, aunque no haya podido escribir nada sobre esta idea. Confío en que no haber plasmado por escrito las ideas, no haya demorado la tarea de crecimiento que se le supone a una semilla, una vez que ha sido arrojada a la tierra y ha prendido en ella.

—VI—

Han pasado algunas cosas quizá mínimas, pero que me han hecho pensar acerca de mi escritura, reflexiones, comentarios, conversaciones que me tienen que empujar hacia el silencio público o, al menos, hacia la disminución de la tarea.
La duda, siempre la duda.
El viernes fue el cumpleaños de mi madre. Cambió el tiempo y se presentó la anunciada borrasca de lluvias y vientos que aún continúa. Subimos a felicitarla y también subieron P, Mariano y los chicos. P comentó que no había tenido tiempo para hacerme un comentario a la entrada de Pavesas y cenizas en la que venía a decir que no sabía escribir. Desde que lo publiqué se me han echado encima los que me quieren para criticar semejante aserto. Mariano el primero.
Y es que la duda me lleva a pensarlo con total honestidad. Es verdad que manejo la herramienta con cierta soltura y habilidad, es verdad que soy capaz de plasmar, incluso a veces bellamente, las ideas que sobrevuelan mi corazón. Pero no estoy convencido, y cada día menos, que eso signifique que sé escribir.
Porque escribir es algo más, o eso intuyo.
No deja de cercenarme el ánimo la idea de que si no se me publica lo que tengo escrito, después de casi dos años de blog, es que mi tarea no reúne los suficientes méritos para que tal cosa suceda. Y llega la pregunta clave, la pregunta que determinará mi vida; ¿Es la publicación de los libros la condición o frontera que determina que uno es escritor o no?
Probablemente no. Probablemente escribir y publicar sean actos que, aunque profundamente imbricados, no tienen nada que ver. Escribir, o sea lo que hago en estos momentos, es lo único que debe contar para mí, y para cualquiera que se dedique a este oficio. Sin embargo algo habrá que hacer con la cantidad de palabras que dejo plasmadas en los diferentes documentos. Y si a los demás no les interesan estas cosas no me puedo considerar un escritor, contemplada esta tarea desde una perspectiva pública. Pues, al fin y al cabo, aunque quien escribe no piense en el lector, escribe para ser leído por otros, cuantos más mejor.
Por otra parte, y a raíz de ese texto de Pavesas y cenizas y de la publicación de mi último capítulo de la novela de 7 plumas, se ha dicho una cosa y su contraria. Mª Jesús estableció que para ella soy poeta. Alena, por ejemplo, sentenció que mi campo es el del relato corto, puesto que en el largo, y a causa de mi tendencia a la digresión (no escribió divagación, pero quizá lo estaba pensando), tiendo a perderme. Sin embargo, Francisco, comentó a mi capítulo de la novela, que yo ya no estaba para relatos cortos o microrrelatos, que mi camino estaba en la novela, que era un escritor de fuste y bla, bla, bla… Así pues, en una sola semana la duda creció, y la perplejidad se me instaló en las entendederas.

—VII—

La realidad de todo este galimatías es que sin escribir, la vida me parece un desierto insufrible, por más que goce de tantas cosas como la existencia me regala. Si escribo, sigo gozando de esos regalos, pero todo tiene más sentido o me siento mejor. Pero aún así, no tengo tan claro que me tenga que desvivir por la no publicación de mis textos.
¿He de tornar al secreto? ¿He de escribir para que nadie lea lo que escribo? ¿Por qué quien escribe necesita hacer pública su obra?
Dice M que vivir conmigo es difícil. Y tiene razón. Dice que verme sufrir no lo aguanta. Y me ve sufrir, porque se lleva muy mal que este esfuerzo no conduzca a ninguna parte.
¿Qué pretende un escritor (o un artista en general) al desear que su obra vea la luz? ¿Ser fiel a una vocación que no buscó, pero le fue otorgada? ¿Ganar dinero? ¿Conseguir fama? ¿Vivir de lo que le gusta? ¿Levantar exclamaciones de admiración? ¿Encontrar un lugar en el mundo? ¿Ser una luz para quien lea, escuche o contemple su labor? ¿Justificar su inutilidad para otras labores, quizá más necesarias para la comunidad? ¿Alcanzar la inmortalidad? ¿Satisfacer su ego? ¿Nada de eso? ¿Todo ello? Creo que se me podrían ocurrir más preguntas, y en cada una de ellas tendría que decir que sí y al mismo tiempo tendría que negarlas…
Se trata de una necesidad. Eso es indudable. Pero no tengo tan claro que esa necesidad sea real o, quizá, sea simplemente un hábito al que me he aferrado y todos sabemos que el ser humano es un animal de costumbres, que pronto sufre algún tipo de síndrome de abstinencia, con sus nada placenteras consecuencias. (...)
Decía antes de la digresión (Alena, qué razón tenías), que escribir es una necesidad que procuro satisfacer cada jornada, y al satisfacerla algo en mi interior se relaja, se acomoda, se tranquiliza. Es muy similar esta sensación a la de beber agua, cuando uno está sediento, o comer cuando el estómago lo pide. Es una sensación que produce en la conciencia una reacción similar a la que produce el deber cumplido. En este supuesto el único deber lo tengo adquirido conmigo mismo, pero sin olvidar que, por mucho que los demás no sepan de estos esfuerzos, hay algo de destino en esta misión y por ello nace el bienestar después de haber trabajado unas cuantas horas.
Lo mejor será, pues, que siga escribiendo, que continúe impertérrito con la labor, e intente olvidarme para siempre del sentimiento de frustración y fracaso que me embarga cada vez que no consigo la edición de un libro.

—VIII—

Los retratos, tal y como los entiendo, más que un ejercicio de habilidad y técnica que demuestren la pericia del artista en plasmar sobre una superficie un parecido más que razonable de un rostro, son un ejercicio de introspección en el carácter del retratado. De algún modo suponen atrapar el alma de un individuo… y no sólo el alma de un momento determinado (aunque esto sea lo que más prevalezca, obviamente), sino de una biografía y de un porvenir.
Así sucede en el caso de los retratos de Mariano: no se trata sólo de una cuestión técnica, sino que va mucho más allá. Me parece, o así lo perciben mis escuálidas condiciones de espectador, que aprovechando el rostro de un hombre o una mujer de hoy (en la mayoría de los casos familiares nuestros, y algunos amigos), ha buscado el arquetipo físico y moral de una profesión, de una vocación, de un sueño, de una situación vital que abarca y supera más allá de los rasgos concretos del individuo retratado.
A mi modo de ver hay que estar muy atento a los títulos de los lienzos.
Probablemente ahora esté siguiendo el camino inverso que él siguió. Contempló, estudió cada rostro y en esa reflexión de los rasgos y las expresiones de cada uno de los personajes retratados encontró la encarnación de algo que viene de más atrás y que aún hoy es importante: la tierra de los padres, la madre, la ley, el profeta, el legado, el guerrero. Es decir, su trabajo parte de un rostro concreto, pero le adjudica una característica o función más general, e incluso universal.

sábado, 15 de marzo de 2014

Bitácora de un sueño III y IV

Domingo, 24 de octubre de 2010

—III—

La verdad es que vengo para decir que no tengo tiempo de escribir nada. Ni siquiera tengo tiempo de seguir con estas reflexiones.
Me he levantado más tarde que ayer y, como siempre, lo primero que he hecho ha sido ir al correo electrónico, para ver qué tenía por allí. Alena regresó de la Sierra, y ya está en pleno trabajo. Por lo que dice anda un poco mejor.
A Mª Jesús no hay forma de que le llegue la versión electrónica del número dos de La Esfera, ni Pepe, ni Mercedes, ni yo somos capaces de hacer que su bandeja de correo se quede con esos envíos.
Dácil aún no ha publicado su capítulo de la novela de 7 plumas. En realidad era esto lo que buscaba, por ver si las primeras horas de hoy me facilitaban la idea de por dónde tiene que ir mi último capítulo. Pero no ha podido. Así que hasta la noche no podré mirarlo. Espero que no pase nada.
Precisamente esta novela (no sabemos aún si se terminará por titular Oscurece en Edimburgo [así se titula]) me va a ocupar buena parte del tiempo, creo, con la elaboración de este libro. Entramos en la fase final. Se trata ahora de convertirla en papel, o sea en libro editable, antes de que se pueda enviar a la imprenta.
Ya ayer revoloteaba el tiempo por mis líneas, y hoy ha salido un par de veces o tres…
Ya me empiezo a presionar.
Este ha sido uno de mis errores.
Creo que tengo que cambiar la idea inicial de modo claro y contundente. Este libro del que ando balbuciendo sus primeros pasos, o sembrando sus primeras semillas, tiene un horizonte, pero si no llego a él no pasa nada, ya le llegará su oportunidad. Lo importante es que quede un buen libro. Un libro de poesía que merezca la pena. Es decir, estoy escribiendo un libro de poesía, y eso no debe tener plazo. Tal y como soy está bien que me ponga una cruz en el calendario, pero que esta marca no se convierta en obsesión, sino en acicate… Como no me grabe estas palabras en un tatuaje, sé que, al final, me aceleraré.

—IV—

De todos modos escribir un libro de poemas, tiene una dinámica bien distinta de escribir un relato, una novela. La poesía es otra cosa.
Y ahora que lo digo, ¿qué es la poesía?
Imposible responder.
¿Qué es para mí la poesía?
Y ya lo tengo que dejar. Estoy más pendiente del reloj que de las ideas. Esclavo de mí mismo. Soy un esclavo de mí mismo…