lunes, 17 de marzo de 2014

Bitácora de un sueño (IX y X)

Lunes, 1 de noviembre de 2010

—IX—

Amanece el día vestido de llanto… Un llanto de lluvia fina, de orvallo invisible, un llanto de grisalla casi penitencial vestida por el cielo, un llanto de hojas de árboles que miran hacia el suelo, sabedoras de su próxima caída…
Amanece es un decir. Son casi las diez de la mañana, y hace poco más de una hora que me he levantado. He dormido como un niño, casi nueve horas… desde luego más de ocho. Sigo solo en casa y dispongo de toda la mañana de silencio para avanzar.

—X—

Los retratos de Mariano son un camino que pretende explorar las esencias de la vida humana. Lo que realmente importa, lo que nos conforma como individuos sociales, como personas, no como seres aislados que existen a expensas de los demás. Su mirada se adentra y explora los mundos de la Antigüedad Clásica, esos tiempos fundacionales de una civilización que ha ido cambiando mucho en apariencia, pero quizá esos cambios sean menores de lo que parece a simple vista. Esa historia que en esta vieja Europa tiene dos patas fundamentales sobre las que sostenerse: la tradición nacida en Grecia y expandida por Roma y la posterior imbricación en ella del Cristianismo y con él buena parte de la tradición Judía.
Hemos avanzado en lo político y social. Hemos evolucionado en ciencia y técnica. Hemos cambiado de moda y de gustos. El arte tampoco tiene que ver con el de entonces, aunque quizá hubiera que matizar mucho. Y poco más.
Contemplar la tarea de los pinceles sobre la tabla, empuja inexorablemente, a pensar en la historia del ser humano, en ese río que viene de tan lejos, que nos ha traído hasta aquí y que, en el fondo, tan poco ha cambiado. Nuestros rostros de hoy son los mismos rostros de quienes nunca pudieron soñar que algún hombre pudiera viajar hasta la luna y regresar.
Decía Sartre, en una afirmación orlada de desesperación, que el ser humano es un ser arrojado a la existencia. El uso del participio 'arrojado' no es casual, ni mucho menos. Detrás palpita todo el pesimismo de un hombre que representa una corriente del pensamiento filosófico moderno. (...) Este modo de pensar ha calado más hondo de lo que parece en el ser humano contemporáneo, que casi desprecia la existencia por lo que tiene de fugaz e inútil. Algo así como un castigo… ¿Para qué vivimos si hemos de morir?, parecería la pregunta clave de esta generación, de esta época, que, paradójicamente, se aferra a la existencia con más radicalidad que nunca. Pero se aferra a la existencia desde una premisa imposible, por tanto falsa. Esta generación, esta época tiene marcado en el subconsciente la idea engañosa de que la eternidad se puede conseguir dentro de este planeta. Es decir cree en la inmortalidad del propio cuerpo humano.
Sin embargo no es la primera generación que sueña lo mismo, quizá sea el sueño más largo de la especie. Casi desde los albores de esta civilización, el ser humano había asumido que, si existía, la inmortalidad nada tenía que ver con el cuerpo. Por tanto si existía la inmortalidad, era a otro nivel. Pronto se llegó a la conclusión de que no éramos sólo materia con fecha de caducidad, materia, por otra parte, quebradiza y frágil. Se intuyó que había algún componente más, acaso lo que nos diferenciaba del resto de seres que ocupan el mismo planeta. Quizá por ello, pronto, muy pronto, aquella civilización que sigue siendo la nuestra, intuyó la existencia de la divinidad.
Las deidades quizá hayan sido la respuesta incipiente (y también la respuesta del miedo) para explicar lo inexplicable. Algo que se ha modificado con el paso del tiempo, a medida que el ser humano ha descubierto los mecanismos ocultos que explicaban el funcionamiento no sólo de la naturaleza, sino de nuestra propia razón. Muchos de los cambios en el pensamiento humano han tenido que ver con empequeñecer la importancia de la divinidad en nuestra existencia. A medida que crecen las explicaciones lógicas del funcionamiento de los procesos naturales, decrece la presencia del dedo de Dios en nuestra existencia.
Pero no es algo nuevo en el pensamiento la dialéctica que enfrenta a quienes creen y quienes no creen.
Y allí se remonta Mariano con sus alusiones mitológicas y romanas. Desde el principio aquellos que establecieron el Panteón como lugar donde Zeus y el resto de dioses dictaban el destino de la humanidad, tuvieron que escuchar a quienes no aceptaban tal cosa como lógica. Sin embargo, si la mitología no confirma la existencia de los dioses, explica la historia de la humanidad en cuanto especie e individuo. 
Cuando llegaron a oídos de los próceres de aquella civilización las teorías semitas de un único Dios, una compuerta se abrió para nutrir las aguas del río de esta civilización. Religiones como la de Isis o la judía, y sobre todo la cristiana, supusieron un terremoto en el modo de pensar grecoromano. Aquello fue una novedad absoluta que dejaba en juego de niños (o asunto literario) el entramado de dioses y héroes. Sin embargo, con la especial capacidad mediterránea para la síntesis y el diálogo, las estructuras no se vinieron abajo.
No todo fue sencillo. Muchas cosas quedaron arrumbadas por el camino; muchos seres humanos y sus ideas fueron aniquilados por culpa de integrismos religiosos excluyentes y asesinos. Algo que se repite como un estigma incurable a lo largo de la historia y que parece ser la amenaza continua a la que se ve sometida el género humano.
Hay un instante en que la religión, en vez de ser soplo de brisa que encuentra sentido a la vida y a la muerte, se torna imposición militar: no formar parte de los fieles creyentes es sinónimo de anatema, penado con la muerte. El afán de poder explica tal reacción: quien se dice sacerdote o representante de una religión, aspira a ser regidor de la humanidad.
La respuesta, el cambio de rumbo está en los profetas (Isaías, Elías están retratados), en los místicos, quizá también en los poetas (Que van a dar a la mar se titula uno de los retratos con el que más me identifico). Entender a Dios (con cualquiera de sus nombres) como general de un ejército que se ha de defender de los hombres o de otros dioses, es ocultar el verdadero rostro de Dios. Es pensar que sigue siendo el colérico y libidinoso Zeus quien manda en la existencia. Quien usa a Dios para convertir a la humanidad en un ejército perfectamente uniformado y sin capacidad para pensar por su cuenta, se pone a sí mismo en el lugar de Dios.
Sin embargo y a pesar de las constantes e interminables guerras que se han justificado en la religión, esta civilización continúa adelante.
Quizá por esto sea tan interesante la propuesta que hace Mariano. Más allá de la mera cuestión estética de su obra pictórica que, por desgracia, se me escapa, sus retratos son aldabonazos vigorosos para que reflexionemos sobre lo que auténticamente cimienta nuestra civilización.

2 comentarios:

  1. Gracias por este regalo de "Los andamios de los pájaros".
    Estas cosas se avisan a los amigos. De repente nace un blog.
    Mucha suerte

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    1. A veces da pudor pegar la paliza a los amigos que ya tienen bastante con soportarme a diario. He preferido, simplemente, moverlo por las redes.
      Muchas gracias, AMIGO

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