En las próximas entradas del blog publicaré algunos fragmentos de una bitácora que fui anotando, como preparación a la escritura del libro.Por así decir, los cimientos sobre los que se fue elevando, la bitácora de un sueño que se convirtió en real.
Sábado, 23 de octubre de 2010
—I—
La idea surgió casi
como un susto, como la reacción a un susto.
Más allá de la media noche, cuando me iba a acostar,
al pasar junto al retrato de Míriam, reaccioné como si hubiera una persona
escondida allá dentro del lienzo. Me di cuenta de que estaba viva.
He escrito que me sucedió cuando me iba a acostar. Y
me doy cuenta de que no es exacto. ¡Qué pronto nos traiciona la memoria! En
realidad fue antes de acostarme cuando salía a fumarme el último pitillo,
porque recuerdo (esto sí es preciso) que la idea me asaltó la cabeza o trepó
desde algún escondrijo hasta las neuronas mientras el humo volaba hacia las
estrellas, en una noche de finales de octubre absolutamente despejada, como si
en vez de con una manta de pelo, estuviese arropada con una capa de seda
drapeada de estrellas. Concretemos más aún, ya que la memoria se pone así. En
realidad ya era viernes veintidós, pero para entendernos anotaré la fecha del
jueves veintiuno, la frontera por la que se despide el jueves y se asoma el
viernes.
Así pues, las primeras horas o minutos del viernes
veintidós de octubre de 2010 la semilla de la inspiración alcanzó el útero de
mi corazón y me preñó. Ahora resta el tiempo largo y silencioso de la gestación.
Amanece el sábado veintitrés. Parece que está
despejado. Un mosquito vuela delante de mis narices confundido pues no sabe si
abrazar el fanal blanco de luz que brota de la pantalla del ordenador o
dirigirse hacia la antorcha de la lámpara que me ilumina en tonos rubios mi
espalda.
Desde que dejé de escribir en el diario, por falta de
tiempo y para evitar que el estrés se hiciera conmigo, noto que me falta algo.
También noto más libertad y menos presión, eso es verdad, pero de vez en cuando
echo en falta esa intimidad que confiere un diario, ese escribir —al menos una
vez al día— con total y absoluto desenfado, a sabiendas de que nadie leerá esas
palabras, al menos brotadas de esa manera concreta. Pero no lo hago y por eso
quizá me vaya a extender por demás en estas líneas.
¿Y a quién le importa, si nadie será testigo de
ellas?
He dejado transcurrir un par de días, o ni siquiera
tanto, para empezar a escribirlo, porque estos párrafos o páginas son el inicio
del libro. Aunque nunca se publiquen, aunque acabe por destruirlas, sé que aquí
se está gestando el libro. Quizá sea un aborto. Quizá llegue a colmo…
Aún no sé su dimensión precisa, pues no me importa,
ni está en su extensión el posible contenido de los poemas. Digo que he dejado
transcurrir unas horas, porque he esperado a que llegase el fin de semana. Aún
a riesgo de que me sucediese lo que me sucedió el pasado y que en vez de
madrugar el sueño me venza y me derrote.
Y ahora sé por qué necesitaba que llegara este
instante. He reservado las primeras horas de la jornada, ésas en que mi cabeza
mejor selecciona las palabras, para comenzar a dar forma del modo en que lo
estoy haciendo a este libro.
Ayer por la tarde M y yo estuvimos viendo la
ceremonia completa de la entrega de los premios Príncipes de Asturias. Y
mientras me emocionaba con todo el acto, que tuvo muchas razones para ‘embrumarme’ la mirada, me daba cuenta
de que a todos los premiados les aunaba una característica común, además de la
excelencia en cada una de sus actividades: la dedicación silenciosa y tenaz a
su tarea. (…)
Sin embargo da igual que sean muy, muy conocidos o
que fueran totalmente desconocidos. Lo importante de todos ellos es la perseverancia,
la firme convicción de que sólo en el laboreo cotidiano y tenaz anida parte del
camino que lleva a la excelencia. Y el convencimiento de que su trabajo está
bien hecho. Existan los contratiempos que existan, el trabajo está bien hecho,
de ahí tanto empeño en la dedicación al mismo. Esta idea palpitaba en mi
interior como una llama que me calentaba y para algo habría de servirme el
mensaje que me llegaba con nitidez…
Esta mañana, justo cuando me he levantado, en
correspondencia coherente a mis propias teorías, he decidido que éste era el
camino del libro. Ésta era su senda.
Cuando he recordado cómo nació y se gestó Eterna luz sonora me he dado cuenta de
lo que tenía que hacer. Al menos de lo que tenía que intentar hacer.
Con aquel libro de hace más de un lustro [ahora en
2014 justo hace una década],
primero tuve que escribir otro, quizá ahora ocurra lo mismo, aunque no es
probable, pero por ahí tengo que ir.
Digo tantas veces que escribo con brújula, sin
ninguna otra cartografía que me facilite transitar el camino… En realidad no es cierto del todo. Detrás de esa afirmación sólo se esconde un
trabajo incompleto. Quiero decir, que lo que llamo libro, en muchas ocasiones
sólo tendría que ser el primer trabajo, la primera escritura de un texto. Como
si en realidad estuviera construyendo ese esquema del que otros hablan. Luego,
lo que yo llamo revisiones, es lo que otros dicen escritura.
Cada uno es más o menos torpe en su modo de trabajar.
Si soy sincero conmigo mismo, los libros de los que
estoy más satisfecho son los que han respondido a este perfil. Es decir,
aquellos en que el trazado del mapa fue una expedición previa, sólo con
brújula, para encontrar un camino. Lo que llamaré primera versión del texto.
Luego, una vez escrita esa primera versión, puedo decir que me dediqué a
escribir el libro. Y aún así, me di de bruces con las prisas. Pero eso es
cuestión de otro análisis.
Eterna
luz sonora, que es el precedente al que me quiero referir, y en el que
me debo basar, nació como una idea volcánica, que se gestó de modo muy racional
e intenso. Quizá por estas fechas del calendario también.
Supe que tenía que escribir un libro sobre la música
de Bach (era esta la única idea, la primitiva) y acabó siendo un libro sobre
las cuestiones más hondas del corazón humano.
(Acabo de matar al mosquito. Me estaba volviendo loco
su volar incesante ante mis ojos. Ya ha amanecido. El sol envuelve en una tenue
gasa entre rosa y oro las fachadas del alcor que contemplo si mis ojos se
alzan).
Me puse a escuchar música de Bach, sin más, creyendo
que sólo con escucharla encontraría, sin más ayuda, el camino que me dirigiría
hacia los versos; pero me di cuenta rápidamente que el sendero era más lento y
tortuoso. La música de Bach necesita de otras herramientas que permitan
zambullirse con éxito en sus melodías. Quizá ocurra lo mismo con cualquier
artista o especialidad, con cualquier ser humano, con cualquier tarea.
Y comenzó un trabajo largo e intenso que me llevó a
aprender muchísimo de su vida y de su obra. (En realidad ambas cosas en el caso
del alemán son lo mismo).
Pues bien, algo así ha de ser este libro al que aún
no tiene nombre. Ya veremos en qué queda…
—II—
Siempre me han
llamado la atención los retratos. Como siempre me han llamado la atención las
biografías y las novelas con personajes llenos de matices y sutilezas. A lo
mejor por eso también me gusta escribir historias, o me gusta escribir novelas…
Quizá sea lo mismo, en el fondo, un buen retrato tiene que ser la biografía de
una existencia o de parte de ella.
Doy vueltas a lo que pienso, me distraigo, contemplo
el paisaje urbano que se asoma a mis pupilas, definitivamente vestido hoy de
sol pálido…
Siempre he entendido el arte relacionándose con el
ser humano, manchado de humanidad, por así decir. Quizá llegue un día en que me
tenga que contradecir de estas palabras, y tenga que asumir la postura
contraria, ésa que viene a sostener que el arte es puro en sí mismo, aquello
del arte por el arte. Llevo muchos años asistiendo a esta batalla dialéctica,
que en realidad no me preocupa lo más mínimo, porque la pura concepción
estética del arte me parece un gran retraso, o si no, una pérdida de tiempo.
El caso es que toda aquella manifestación artística
que esté teñida de humanidad me atrae más que cualquier otra, por eso es
por lo que en la pintura (o en el dibujo o en la escultura) me llaman más la
atención aquellas representaciones del ser humano en todas sus facetas o
actitudes. Y quizá lo más humano que exista es la mirada, por eso los retratos
me llaman tanto la atención.
Supongo que Mariano no se acordará, pues algunas
veces las cosas se dicen y se escuchan de modo diferente. Quiero decir que en
muchas ocasiones quien escucha algo lo toma a título de inventario, sin más; quien lo dice se queda con la importancia del asunto. Es verdad que
también sucede lo contrario, que en muchísimas ocasiones es el que recibe la
información, quien determina su importancia y quien la emitió, considera sus
palabras como mera anécdota, o ni siquiera ello.
El caso es que hace ya muchísimos años le sugerí la posibilidad
de adentrarse en el mundo del retrato. Ha tenido que transcurrir todo este
tiempo para que las cosas desembocaran hasta aquí.
Y ahora tengo en el pasillo de casa el retrato de
Míriam y en la retina muchos de los otros y en este equipo unas cuantas copias,
quién sabe si las suficientes…
Creo que mañana continuaré…
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